domingo, 8 de enero de 2017

OTOÑO


        Aquella mañana del mes de octubre, salíamos de hacer gestiones burocráticas de la ciudad de Aranjuez. Como en otras ocasiones, le dije a Luismí que condujera. Cuál no sería mi sorpresa, cuando me propuso que nuestra excursión acabase en mi querida Córdoba. Llegamos a la puerta de Andalucía, ante nosotros el Puerto de Despeñaperros, Ví en los ojos de mi compañero de viaje una luz especial. Y él me dijo: " Me huele a los viajes de mi infancia". Kilómetros después apareció ante nosotros la majestuosa ciudad de pasado árabe. Ella que es lugar de recuerdos de niñez, adolescencia y madurez. Porque  Ella nos ha visto crecer, nunca hemos roto el cordón umbilical que nos une. Ante los ojos el puente que te adentra en El Barrio de la Judería. El sol otoñal acaricia nuestra tez.Primera parada en el Carasquin, un bar de los de toda la vida, en una de las calles que da a la Plaza de las Tendillas, a almorzar un mollete de los aceite, tomate y jamón. Y con la barriga llena nos perdimos en su calleejuelas y patios. Blanco cal, azul cielo, rojo geraneo. Y el atardecer nos cojio de la mano, en el empedrado de sus calles, en el cántico del acento de sus habitantes, en los acordes de una guitarra. Mis ojos se posaron en las confiterías de las que mi abuelo José me hablaba de chica. Y al ocaso, la visita nocturna de la Gran Mezquita. Que nos recibe con el sonido del agua en el Patio de los Naranjos, ya no hay vuelta atrás, los sentidos se desatan hacia una experiencia mística y espiritual.